viernes, febrero 28, 2014

De La Vejez Que Nos Toca

Dando una vuelta por el supermercado, escuché a un señor de edad excusarse con una señorita que ofrecía degustaciones de carnes embutidas. Le contaba que venía de una cita con el doctor y por eso no podía disfrutar de su producto, aunque llevaba la mano llena de los mismos; durante los cinco segundos que pasé junto a las dos personas, le repitió la historia dos veces mientras la señorita se despedía formalmente.

El señor me recordó a mi difunta abuela materna que hablaba sin parar, si alguien se acercaba a ella en un radio de un metro y por más de una centésima de segundo, terminaba envuelto en una conversación con lujo de detalles personales, mientras yo tenía que esperar hasta que soltara al incauto, del cual me compadecía.

En estos estallidos verbales, que más que la erupción de un volcán parecían la lava caliente que nunca para de correr, yo actuaba como un convidado de piedra, en absoluto silencio y ensimismado en mis pensamientos, preguntándome los motivos por los cuales mi abuela debía hablar más allá del cansancio, era como que todo el cuerpo le dolía, pero nunca la garganta, siempre estaba lista para envolver al próximo desconocido.

Ahora que reflexiono con calma, creo que no era una característica propia de mi abuela sino de la tercera edad en general, como que todos los viejos necesitan expresar todas esas cosas que llevan reprimidas desde hace mucho tiempo; es que los hijos no los toleran y los nietos no los determinan, por lo tanto se aprovechan de cualquier extraño que los escuche así sea por lástima, además que muchas veces, en esos desconocidos, encuentran que no solo los apoyan y los entienden, muchas de las veces viven o han vivido una situación parecida, así que se ven reflejados.

Ahora bien, siento que esa generación de viejos se está extinguiendo, obvio, y no estoy seguro si los que llegamos continuaremos con esa tradición o por el contrario seremos esos viejos silenciosos que morirán con unos audífonos puestos y solo descubrirán nuestro cadáver por el olor nauseabundo, no es que esas cosas no pasen en estos tiempos, es que los viejos de ahora no usan audífonos para escuchar música.

Yo por ejemplo soy una persona muy callada con los desconocidos, no necesito estar expresando mis pensamientos muy seguido, tampoco es que sea un ermitaño, si me hablan, respondo, y trato de ser amable, pero es muy difícil que inicie una conversación en la fila del banco o en el bus, cuando el taxista es hablador, converso, pero si no hace ningún apunte me quedó escuchando el radio con atención, sea lo que sea que suene, me gusta el silencio, así escucho mis pensamientos con atención, el único ruido que tolero es que yo hago, y eso que aún no envejezco de verdad.

Lo cierto es que ha medida que ha pasado el tiempo, he visto a mi papá repetir los mismos patrones que tanto criticaba de mi abuelo, ya que lo pienso bien, últimamente un compañero del trabajo escucha noticias por radio a las una de la tarde tal como lo hace su papá, el de él. El que no conoce su historia, está condenado a repetirla, de lo que nunca hablan, es de aquel que reniega de la misma.