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-¿Y usted sí me quiere a mí más que a su exmujer?
-Si.
-¿Mucho mucho mucho más?
-Sí.
-Pero yo estoy segura de que usted me puso los cachos con la administrador zángana esa que trabajó un tiempo en el restaurante: ¿no es cierto que sí?
-No.
-¿Ni una sola vez?
-Ni una sola.
-¿Ni un beso ni un pico?
-Ni uno solo.
-¿Y ni siquiera en la finca esa en Cachipay en donde fueron a cantarle canciones viejas a la esposa vieja del profesor viejo?
-Ni siquiera allá.
¿Pero por qué?
-Porque a mí esas cosas me dan miedo.
-¿Miedo de qué?: ¿de que lo agarre?
-De que me quede sin usted: dónde voy a encontrar yo una mujer que sí me quiera.
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-¿Y cómo sé yo si me está diciendo la verdad?
-Porque míreme, Emperatriz: yo soy muy feo -le dijo él con los ojos entrecerrados como si estuviera quedándose dormido.
-¿Y qué?
-Y no soy inteligente ni soy ingenioso ni soy valiente.
-¿Y qué?
-Que sólo a usted se le ocurre que alguien quiera algo conmigo, mija: usted es la única persona que se pone celosa conmigo.
-Será que soy una fea y gorda entonces.
-Fea no, pero dígame qué hacía usted comiéndose un segundo pastel gloria a las diez de la noche la otra noche.
-Muy bien -recapituló ella en parte avergonzada, en parte fascinada, en parte molesta por esa última verdad-: entonces somos un par de feos condenados a estar juntos.
-Pues sí, pero usted mucho menos.
-Y vivimos es resignados el uno al otro.
-Pero en el buen sentido.
-¿Cómo así?
-Que yo estoy resignado a quererla a usted.
-Ay, no, no me diga que usted es el mártir del calvario.
- Y es que usted es mandona y es creída, y cuenta los mismos cuentos mil quinientas veces hasta que le dan a unos ganas de llorar como lloran los guaduales, y no me deja hablar cuando vamos a la casa de los amigos porque se pone toda protagónica, y yo me he vuelto uno de esos esposos que prefieren decir a todo que sí y quedarse callados para no meterse en líos, y me alivia mucho cantar y cantar la voz baja de "por aquí voy llegando, señora María Rosa...", y usted se pone brava conmigo porque me demoro media hora en el baño, y antes era calladita y ahora qué trabajo pa'que se duerma, y me deja como un cuero enfrente de la gente porque usted es la mejor vendedora de bienes raíces que hay (que además es cierto) y me regaña cuando me demoro haciendo las vueltas que me manda a hacer, y sudo frío si lo hago mal, pero mi vida es estar con usted.
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Tomado del libro Cómo perderlo todo de Ricardo Silva Romero.