viernes, enero 07, 2011

De Quebec

Madrugo muy temprano para esperar al compañero del marido de mi prima que me llevará a Quebec en el carro de la compañía. El tipo llama para decir que ya casi está llegando, le digo que cuando esté frente a la casa timbre de nuevo y yo bajo de una que estoy listo, lo hace e intento bajar pero no logro abrir la puerta, vuelve a timbrar y le cuelgo de nuevo según lo acordado pero nada que logro salir, el man probablemente no me entendió porque al ver que no salía timbró en la puerta de la casa y despertó a las niñas, cosa que obviamente no quería, mi prima salió de su cuarto y me despidió.

Abordo el carro y trato de hablar de alguna pendejada sin sentido, el viaje será como de tres horas y hay que entretenerse, por lo menos el man pone buena música y es una persona joven, así que conversamos lo más que podemos. El paisaje del camino es entre melancólico y desolador, estamos a puertas del invierno y el otoño ha hecho lo propio en los árboles, cuando medio sale el sol no calienta mucho y en la única oportunidad que me bajo del carro, durante la tanqueada, siento ese viento frío que me invita a morir.

Llegamos a Quebec y entramos al hotel donde ellos se quedan, llama al marido de mi prima que llega unos minutos después y nos encontramos, es muy bueno volverlo a ver, han pasado varios años, los cuales han hecho estragos en ambos, noto sus canas en la sien y él mis kilos de más, chistes flojos de saludo y de una para el centro.

Me deja en un edificio histórico de la ciudad, junto a un parque y un fuerte creado para la guerra, de nuevo el liviano sol intenta salir pero no calienta nada, el que sí hace lo suyo es el frío que cala los huesos, ahí trato de abrir un hueco en la tierra y morir lentamente pero ni siquiera logro sacar mis manos de los bolsillos, me dedico a caminar muy rápido para tratar de evitar el congelamiento, cada intento por detenerme a contemplar el paisaje es un azote del viento así que sin rumbo fijo deambulo.

Tomo el mapa y me ubico, recorro todo el centro aprenciando la arquitectura, las calles son estrechas y casi peatonales, todo es muy bonito, el compañero de trabajo del marido de mi prima me dijo que conocer el centro histórico de Quebec ante del de Montreal no era buena idea porque el primero opacaba completamente al otro, así que el segundo no se disfrutaría tanto a pesar de su belleza, ando con esa idea en mente pero pienso dejarlo para luego, por ahora tomo muchas fotos de lindas estructuras y decido bajar al puerto.

El puerto es y no es una buena idea, lo es porque es muy bonito y acogedor, doy una larga caminata alrededor y aprecio los monumentos, pero no lo es porque el viento da tan de frente que siento mi nariz desprenderse lentamente de mi cara. Ahí decido que es un buen tiempo para tomar algo caliente, asciendo un poco hasta encontrar un lugar para comprar un café que está dentro de algo que parece un castillo, espero que una señora asiática compre un café a través de señas mientras las tenderas le piden por alguien que hable inglés o francés, de todas maneras concretan la transacción y me imagino que así estaré yo cuando vaya al lejano oriente. Al contarle esa experiencia a alguien me dijeron que ese castillo es un hotel de los más famosos del mundo, carita de asombro.

El almuerzo es el mismo de todo el viaje, no me atrevo a entrar a esos lindos restaurantes por miedo al idioma y al ridículo, no tanto a sus precios que siempre están escritos junto a la comida del día en un pizarrón junto a la entrada. Bajo al centro histórico y me siento como en Europa, las calles adoquinadas con pequeños negocios, muchos asiáticos turistas y yo tomamos fotos, se ve completamente envidiable el vivir allí, pero lo considero un oropel: Tanta calma debe enloquecer, prefiero el bullicio y la diversidad de la ciudad.

Es hora de regresar al punto de encuentro y lo hago a través de un lado diferente del fuerte, hay mucha gente corriendo y decido seguirlos por unas escaleras para bajar al río, a mitad de camino desisto, mis piernas no dan para tanto, asciendo de nuevo al parque y me encuentro con el marido de mi prima. En la noche vamos a comer los tres una comida típica canadiense, no es nada del otro mundo pero aguanta, hablamos un rato y no se hace nada más, a dormir porque mañana hay que regresar a la capital.

1 comentario:

Unknown dijo...

Quebec es una tierra hermosa, ojala nunca se separen de los ingleses