Una sensación extraña me recorría el cuerpo, algo en lo profundo del corazón me decía que un cambio grande se había presentado contigo y conociéndote, tu silencio solo podía significar una cosa: El gran día había llegado.
De antemano aclaro que me siento algo indignado, debiste tener la delicadeza de confirmarme la fecha, ambos sabemos que no era conveniente mi presencia pero por lo menos pudiste llamarme para decirme que todo estaba por consumarse, lo peor que podría haberte dicho fue lo que te dije: Mis más sinceras felicitaciones.
La inconformidad es un estado natural del ser humano y pues yo vivía inconforme con nuestra situación, es cierto que yo propicié o dejé de propiciar muchas de las cosas que vivimos o no vivimos, sobra repetir lo que muchas veces, en cartas, correos y lágrimas dijimos; lo que pasa es que ahora, casada, las posibilidades que ya eran mínimas ahora son completamente nulas, el amor platónico que no se iba a realizar murió con tu presencia en el altar.
Alegas que ya lo sabía desde hace mucho tiempo, tal vez fui de los primeros en saberlo, porque en ese momento también tenía un presentimiento similar al de estos días, la cuestión es que es muy diferente saber que algo va a pasar a saber que ya pasó, que ya no tiene reversa, que ya nada se puede hacer aunque dejo claro que tampoco iba a hacer nada, no tengo derecho para meterme con tu felicidad, eso asumiendo que tuviera la capacidad de hacerlo.
En fin, luego de las quejas y reclamos, te felicito de nuevo, te deseo que seas muy feliz, que él te de todo lo que te mereces y más, con tu acto muere otra escéptica del matricidio, lo cual me parece bien. Confirmo la teoría: Me vuelvo viejo y mientras la vida avanza para los demás yo sigo enfrascado conmigo mismo. Besos, muchos besos.
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