miércoles, enero 09, 2008

Del Remedio para el Mal

No recuerdo donde leí que cuando uno ofende a alguien es como agarrar una hoja de papel y arrugarla completamente, al disculparse es como si tomara la hoja y la alisara, simplemente no vuelve a ser igual a como estaba antes.

Me parece una excelente manera de explicar lo que nos pasa a todos cuando nos agreden, por mucho que la otra persona se enmiende uno queda con minúsculas cicatrices que nadie puede ver, se daña el momento exacto cuando todo pasa y es bien difícil volver todo a la normalidad, tal vez solo el tiempo permite olvidar ese instante, pero de ahí a que todo regrese a como estaba antes hay mucha diferencia.

Las palabras hieren tanto como las acciones, a veces, incluso más, ese motivo debería ser suficiente para pensar bien antes de hablar, pero evidentemente muchos factores influyen para que uno permita que la lengua actúe por sí sola, o mejor, para que sea manejada por esos factores y termine diciendo cosas que no debían ser.

La ira es el más claro ejemplo, cuando rabiamos como perros no utilizamos la cabeza y decimos unas cosas que solo sirven para empeorar la situación, ya con el ojo afuera no hay Santa Lucía que valga, independientemente si la reacción es inmediata o posterior al suceso, ya se han metido las patas hasta el fondo y generalmente, alguien que nos quiere termina dolido por nuestras acciones.

¿Cómo evitarlo? Calma, mucha calma. Es bueno recordar como nos sentimos cuando somos nosotros los que recibimos las palabras que lastiman, el mundo sería mejor lugar si no les hiciéramos a los demás lo que no nos gustan que nos hagan a nosotros, pero bueno, así son las cosas, solo el propósito personal es suficiente para mejorar este aspecto tan animal de la personalidad, lo que pasa es que para la mayoría de las personas el simple hecho de pensar es una tortura.

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