domingo, junio 17, 2007

De las Historias de la Ciudad

En los últimos días de la semana pasada tuve varios viajes en taxi debido a vueltas del trabajo, muchos trancones en las soleadas tardes y diferentes versiones de taxistas en cada recorrido.

Todas las conversaciones que sostuve fueron con taxistas que no tenían radio en su vehículo, es de lo primero en que me fijo porque sé que mirando la gente y los carros pasar y escuchando música se me pasa el rato, pero cuando todo está en silencio me aburro más y al parecer los taxistas también y deciden tocar algún tema para ver si se puede tener una amena charla.

Generalmente se habla del clima variable o del trancón de turno, los más aventados preguntan por los motivos del destino, que si es de trabajo, uno que otro hace algún comentario de una persona que camina, en fin, las maneras de iniciar son tan variadas como taxistas existen.

Pero fueron tres los que me hicieron redactar este post, el primero un señor de más de cuarenta años en el oficio, me explicó lo duro del trabajo, las dificultades por las que se pasan, los costos y los tips que tiene para hacer el día más productivo; me hizo sentir estúpido cuando comentó que no trabaja de noche porque solo se recogen putas, ladrones y borrachos, y la ladilla que es lidiar con un borracho que se duerme, o que no tiene con que pagar el servicio o que está tan ebrio que no se le entienda para donde va.

Luego viajé con una señora al volante, primera vez que me subía a un carro femenino, un poco más calmada al manejar me habló del nuevo carro que compraron para trabajar, que su marido no comparte el oficio y que en dos años de trabajo había pasado dos momentos amargos: Una señora de mucho dinero que la había humillado porque se enredaron en el trancón y ella tenía una cita muy importante, me dijo que las lágrimas le rodaron por la cara; el otro mal trago sucedió la mañana anterior a mi servicio, un señor que le pedía volar porque era posible llegar en diez minutos desde el barrio Bolivia hasta los Héroes en una hora pico. Pena ajena por como nos comportamos a veces.

El último taxista había vivido en Quito, estudiado algunos semestres en la Universidad Nacional y me habló mal de Uribe, no mal del todo pero sí analizaba la situación diferente al resto de las personas, me decía que esperaba que legalizaran la droga a ver si la situación mejoraba, se notaba por encima que es de esos hippies como reprimidos, que vivieron una época y todavía tienen vestigios de ella.

La ciudad está llena de historias, en cada esquina hay algo para ver y para contar, pero esas historias somos nosotros mismos, no son solo las personas que viven la ciudad centímetro a centímetro, también somos los empleados, los estudiantes, los ejecutivos, los militares y cualquier otro, la ciudad más allá de sus estructuras es la gente, así como lo es el país, el territorio es inerte y son las personas las que le dan vida y colores de todos los matices.

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