lunes, abril 02, 2007

Del Orgullo y Prejuicio

El viernes en la noche tuve la oportunidad de celebrar discretamente con mis más cercanos amigos mi cumpleaños, salimos de rumba, nos tomamos unos tragos y como buenos borrachos fuimos a rematar al apartamento de uno de ellos; lugar al cual había sido invitado desde hace años pero nunca había tenido la oportunidad de conocer, en fin, éste último pedazo del agasajo me dio material suficiente para reflexionar acerca de mi forma de comportarme y por supuesto para redactar este post.

Con los tragos en la cabeza generalmente uno se envalentona, se le aflojan la lengua y las ideas y dice cosas que en sano juicio no diría, así las piense, digamos que se pierde el tacto de la diplomacia y se gana en la ligereza de los pensamientos. Más de uno hemos hecho llamadas que teníamos pendientes, nos hemos gastado la plata ajena, también están los shows cómicos con baile y sesión de chistes, nunca se dejan atrás las anécdotas para reír y aquellos que han perdido un ser querido se sienten en libertad para recordarlo con la intensidad del corazón y de las lágrimas.

La cuestión es que estando en ese estado, ellos, mis amigos, yo no porque sabiamente decidí no tomar más en cuanto llegamos al apartamento, uno de ellos se vio afectado por ciertas palabras pronunciadas entre chiste, chanza, borrachera y como en serio. Cuando las cosas se dieron no les dimos mucha importancia por el estado de los presentes, más bien aportamos burlas y comentarios para suavizar la situación ya que la cara del afectado denotaba cierto disgusto y frases contenidas; además, el "agresor" no hacía parte de nuestro círculo y pues considero que menos atención se le debería prestar ya que es un simple aparecido.

En fin, el rato pasó, más tragos, más risas, más música, mamando gallo y pues amaneciendo al ritmo del aguardiente. Ya cuando clareaba el alba la conversación dio un giro, de esos que toman las conversaciones de borrachos y a mi amigo se le fueron aguando los ojos a medida que presentaba su queja, contaba con lujo de detalles los improperios a los cuales se le había sometido y liberaba sus sentimientos oprimidos.

Evidentemente tratamos de hacerle entender al principio que sus quejas eran intrascendentes por el estado en el que nos encontrábamos, que la borrachera solo hace que uno diga pendejadas y pues que debía restarle valor a esas palabras; luego algunos optamos por dejarlo desahogarse y prestarle la misma atención que a un niño con rabieta para ver si se calmaba, la vaina era que independientemente de lo que hicimos nada paró allí y nuestro amigo apeló a algo que me recordó mis no tan viejos tiempos: Es que es cosa de orgullo.

Esa palabra me transportó a momentos de mis dos egos, a tirarme tantas otras noches de borracheras escudando la misma estúpida razón, a darme cuenta de lo equivocado que estaba y por sobre todo lo fácil que era corregir esa postura. Aquí reconocí en mi un paso de evolución y al mismo tiempo me hizo sentir mal ver a alguien tan cercano sumergido en ese error; recordé también todos los intentos de mis amigos por hacerme entrar en razón y la terquedad que trae consigo el idiota orgullo.

Hoy por hoy sigo sin arrodillarme, pero ya entiendo claramente que mi definición de arrodillarme era bien alejada de la realidad, me siento orgulloso por mantener el orgullo a raya, soy más consciente de los errores que cometo y me es más fácil identificarme con los errores de las otras personas bajo este mismo manto, estoy tratando y me esfuerzo de ver primero la viga en el ojo propio que la paja en el ajeno.

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